6 de marzo de 2009

Javier Lasso de la Vega: remordimiento


Resulta curiosa mi forma de ser. Me lo resulta a mí, de lo que deduzco que al que me ve desde la distancia, sea mayor o menor, le parecerá que si tuviera un buen padrino, una paguita me daban seguro.

En 1992, Los Panaderos cambió el recorrido, tanto a la ida como a la vuelta. La ida, por la Plaza Fernando de Herrera y buscando Trajano por Daoiz, García Tassara, Amor de Dios y San Miguel. A la vuelta, y al llegar a La Campana, evitaba Martín Villa y entraba a Orfila por Santa María de Gracia y Javier Lasso de la Vega. Entramos a las tantas, habiendo salido más temprano. El experimento fue un fracaso, y en lugar de buscar motivos y causas o causantes, pues se dijo que “una y no más Santo Tomás”.

Desde entonces, y con la persistencia y pesadez que me caracteriza, un año tras otro he venido reivindicando que el recorrido de ida debía ser ése. Hace dos años me hicieron caso; bueno, mejor dicho, decidieron que esto fuese así. Y aquí viene lo bueno. Desde entonces, y aun teniendo en cuenta el paréntesis meteorológico del nefasto 2008, cada vez que paso por Javier Lasso de la Vega (que son muchas), me invade un sentimiento que se contonea entre el remordimiento y la añoranza. Lo que decía al principio: locura con papeles y derecho a paga.

Se me empiezan a aparecer imágenes de ciriales que asoman por la esquina de los sindicatos, habiendo dejado atrás los aplausos en las “levantás”, en las “arrias”; esos aplausos de Sevilla subida en las aceras mirando hacia arriba, o sin poder mirar. Viajo en el tiempo y veo a ese niño con tres años, al que quitaba de la fila su padre allí, en Javier Lasso de la Vega, y se lo llevaba a las sillas.

Vamos, que o tiro por Martín Villa, o doy el rodeo por García Tassara. De paga…y vitalicia.

A todo esto: el blanco está comenzando a asomar tímido para difuminar el verde de los naranjos. Hacedme caso; y los alérgicos, como un servidor, que se preparen.