26 de septiembre de 2008

La mejor de las maestras


Ya va al colegio de los mayores. El primer día lo acompañamos hasta la clase, el segundo nos dejaron ir hasta el patio. El tercero, lo vimos irse caminando, lento, independiente, meciendo su mochilita al compás de sus pasos. Se iba de nosotros, es como si fuera su primera salida. Una salida de 20 ó 25 metros hasta el patio, entre niños más pequeños, otros de su edad y otros muchos más grandes.

Nunca podré sentir lo que siente mi Puente de Barcas, por varios y contundentes motivos. Pero algo me tocó allí donde me tocan pocas cosas. Se marchaba en soledad en medio de la algarabía. Nosotros nos fuimos también, en soledad, alejándonos hacia el silencio. En cierto modo como si hubiésemos hecho algo malo, sabiendo que no es así.

Con un lustro de radiante vida ya empieza a irse. A lo mejor es que el otoño está acompañando a mis reflexiones y a mis sentimientos. Quizás sea eso.

Puede que algún día sepa exactamente qué es querer a un hijo, en toda la extensión de la palabra. Quizás no. Pero creo humildemente, que si llegase ese día, iba a ir con una buena preparación.

Cierto es también que tengo a la mejor de las maestras.

17 de septiembre de 2008

Bendito despiste


Vi la noticia en la prensa. La había escuchado en su día, no me había vuelto a acordar. Hacía calor, pero me eché a la calle camino del centro. No me imaginaba qué aspecto ofrecería el Palio en ese enclave, aunque caminaba bien seguro de la magnificencia que encontraría.

Ya escribí hace tiempo, sí, hace demasiado tiempo, ya lo sé, cuánto me gusta caminar esta tierra que me vio nacer. Lo que disfruto alzando mis pensamientos libres hasta el azul que nos cubre. Así iba, buscando toldos, cornisas y árboles que paliaran (nunca mejor dicho) el calor; deteniéndome en zaguanes marmóreos con bajeras de Mensaque, que esos si que son “inverter” y lo demás es cuento. Lo de los zaguanes es una de mis debilidades. Yo, que soy poco curioso y nada alcahueto, no puedo resistirme a atravesarlos hasta la forja, ojeando el interior y viendo cómo en algunos se ha parado el tiempo, y el aroma.

Por fin llegué. Ante mis ojos se aparecía la majestuosidad de siempre, esa grandiosidad que tantos años he contemplado. La Belleza. Lo único y lo distinto. Me quedé un rato. No sé cuánto tiempo, pero bastante.

Le recé una salve, y salí deprisa a ver si me daba tiempo de llegar antes de que cerrara el Ayuntamiento. Llegué tarde al consistorio por culpa de los zaguanes y de La Belleza. Pero llegué a tiempo allí donde mis pensamientos libremente quisieron ir. Donde siempre han ido.