29 de abril de 2008

Paréntesis

Como veréis, salgo menos que la Virgen del Voto. Espero me disculpéis este tiempo que llevo sin publicar y sin escribir en vuestras casas. Leer, leo de vez en cuando. No hay ningún problema que no tenga solución, pero entre unas y otras cosas, no tengo el tiempo y la tranquilidad que os merecéis. Como éste que está aquí debajo, estaré un tiempo retirado, pero no me iré del toro...

Volveré pronto…Abrazos y besos.

8 de abril de 2008

Recuerdos de Romero y oro


El veredicto de la montera.

El monumento a la verónica en entregas aleatorias. El peso incontestable de la Estética de Sevilla. El aroma verde de la tarde. El sonido del percal sobre el albero. La magia de un arte efímero que nunca muere. El tiempo y el espacio. Lo justo, lo medido, lo que no sobra pero basta. El silencio a gritos.

Media.

La mirada de la ilusión. La distancia de la ilusión. La ilusión. La franela y la caricia. La seda, el oro y el terciopelo. La izquierda más diestra. Dos, tres, cuatro, cinco. La música para no escucharla. El anillo imperfecto que cruje. Sevilla y las campanas de la Giralda.

Trincherazo y “el de la firma”.

El trámite contractual...

El paladar.

4 de abril de 2008

Las partes de mi colegio

Mi colegio tenía dos partes fundamentales perfectamente diferenciadas: un hermoso patio de mármol sustentado por firmes columnas y una profesora de lengua y literatura, soporte fundamental en mi aprendizaje. Desde que escuché la “teoría” de Fernando Villalón sobre la división del mundo, me gusta establecer de vez en cuando ese tipo de sentencias dicotómicas. Las dos partes de mi colegio eran igual de frías y contundentes; y al mismo tiempo se erigían en sus propias antítesis. Quiero decir con esto, que la voz de aquella profesora tenía un tacto de terciopelo y que el patio blanco nos susurraba a nuestra entrada para templarnos los nervios. No sé si me he explicado. Pero cierro los ojos ahora mismo y los estoy sintiendo a los dos…

Sería capaz en este preciso momento de viajar hasta entonces y, desde la calle Conde Negro, colarme por aquella ventana para sentarme en mi pupitre. Porque mi pupitre imaginario nunca se ha movido de allí, y la voz de aquella mujer nunca se ha borrado de mi recuerdo.

Había en el patio un toldo anaranjado, que a partir de Abril se unía a la frialdad del mármol formando una carta de colores rojizos, asaetada por los desaguaderos. El toldo venía también a pedirnos silencio, y callábamos.

Mientras, la profesora pisaba con sus dedos las páginas de un texto de Cernuda, ella con los dedos y yo con mis ojos, esperando que aquellos momentos nunca pasasen y que el peso de su mano sobre el papel detuviese el tiempo.

Entre tanto, el patio centinela aguardaba nuestra salida en algarabía. Un día tras otro. Un silencio tras el grito y un estruendo tras la calma.

Todavía puedo oler aquellos recuerdos; recuerdos de cuando la soleada tarde era la dueña de nuestras vidas y el preludio de nuestros sueños.