27 de febrero de 2008

La Enciclopedia dominical


Se sentaron en aquel banco. El niño con la cabeza levemente inclinada y las manos descansando en sus rodillas, mientras las nubes permitían que el sol, atravesando un tamiz de azahar, fuese secando el rocío. El padre, posaba su brazo sobre el hombro de su hijo, protegiéndolo. Llevaban caminando desde muy temprano. Todos los domingos acostumbraban a pasear desde casi el alba hasta la hora del Ángelus. Cada paseo era una entrega de la enciclopedia de la educación, del más importante manual que a lo largo de nuestra vida debemos digerir.

Acostumbraban a entrar en la Catedral, más tarde o más temprano. A veces, se camuflaban en un grupo de turistas y atendían a las explicaciones del guía. El guía venía a ponerle el texto a lo que se colaba a borbotones por sus ojos. Cuando salían, después de entrar en la Capilla Real, era habitual que fuesen asaltados por algún extranjero que preguntaba por donde se iba a la Macarena.

Eran horas en las que se alternaban las “materias”: arte, naturaleza, geografía, religión, ética…Al niño lo que más le gustaba era el arte. Preguntaba y preguntaba, y nunca terminaba de saciar sus ansias de aprender. La mente de aquel niño, aunque a veces fuese sin querer, iba absorbiendo aquellas enseñanzas. El padre hacía de padre y de maestro al unísono.

Cuando se sentaron en aquel banco, aquel día, por primera vez el niño comenzó a valorar en justa medida algo que es imposible valorar, porque no tiene precio, ni medida, ni cuantificación alguna: la educación.

Hoy ese niño ha crecido, y entre otras muchísimas cosas buenas, tiene un blog en el que le agradece a su padre la mejor de las herencias. Cada domingo por la mañana cuando me levanto, repaso la lección. Espero no olvidarla nunca.

25 de febrero de 2008

Destino



Es una de las cosas por las que he estado fuera de circulación estos días.

Afortunadamente y por encima de todo, el hecho ocurrió sin haber nadie dentro del coche.

Afortunadamente, el seguro estaba a todo riesgo.

Había muchísimos más coches y muchísimos más árboles. Pero el destino unió al sujeto con el predicado y utilizó el coche de Puente de Barcas como objeto directo.

En un principio no pensé comentar nada aquí. Pero bueno, después de todo y una vez que estamos más tranquilos, utilizo este suceso para reflexionar sobre eso. Sobre cómo el destino puede escribir parte de la historia de cada uno, en un sentido o en otro. Sobrecoge pensar lo que la enfermedad de un árbol, cuyas raíces no resistieron el paso de los años, puede influir en nuestras vidas.

Ya pasó, gracias a Dios.

15 de febrero de 2008

Veraneo en Triana


Estaba calentando mi comida en el microondas, en lo que llaman Sala de relax, (qué ironía). Mentiría si, a pesar de mi buena memoria, dijese qué era lo que comí aquel día, así que no lo digo.

Entonces escuché tu voz alegre:

- ¿Yo?, yo estoy veraneando en Triana.

Yo sonreí. No voy a decir que esa frase cambió mi vida, porque sería también mentira, aunque mi vida sí que ha cambiado aproximadamente a partir de esas palabras.

Sonreí, porque creo que algo en mí sabía a esas alturas, que el maravilloso ser que respira por los labios que pronunciaron la frase, sí que cambiaría mi vida.

Ahora ya no hay que veranear en Triana, ¿verdad? Ya no es necesario. Ahora ya no está en medio el agua del río.

Ahora sonrío porque a mis 35 años, que por cierto, cumplí hace 2 días, soy lo que puede considerarse como feliz y me siento más pleno que nunca. Nunca me ha incomodado la soledad, incluso a veces la necesito. Ahora te necesito más a ti.

Te lo he dicho muchas veces, te lo he escrito otras tantas y ahora lo publico aquí.

11 de febrero de 2008

La sopa y las tazas


El refranero español, que es extenso además de cierto, dice: “Si no quieres sopa, toma dos tazas”. Bueno en realidad, creo que el oficial habla de platos y no de tazas. Pero a mí siempre me ha gustado tomarme el caldito en una taza, sorbido en lugar de “cuchareado”.

Ni voy a hablar de vajillas, ni de consomé. Voy a exponer aquí una condena que cumplo desde que comencé mi andadura laboral: trabajar en un polígono industrial.

Cada mañana cuando salgo de casa tengo que ir en dirección opuesta a la que quisiera. He nacido, me he criado y he estudiado entre calles estrechas, sembradas de adoquines y escuchando un MP3 de repiques de campanas; entre requiebros de forja y azulejos, junto a geranios que miran por los balcones y pilistras que curiosean desde el interior fresco y silencioso de los patios.

Pero ahora si levanto la vista de la pantalla, aparto el oído del teléfono, y me asomo a la ventana…y además, el reloj de la vida da “las Cuaresma y pico”, pues me entra un desconsuelo…

Ya se sabe, que el trabajo no está como para quejarse. Pero, qué envidia más grande (totalmente insana), de todo aquel que trabaje donde trabaje, al menos tiene la opción de ponerse 10 minutitos a la sombra de la Giralda. ¿Eso?, eso tiene que alargar la vida. Seguro. Vamos, tan seguro como que cualquier día me lío la manta a la cabeza, y me voy a la calle Sierpes. Yo qué sé, a cantar mismo…

Contadme vuestra condena, o ponedme los dientes largos.

6 de febrero de 2008

El viento que viene del río

Estoy tendiendo y escucho cómo desde el río llegan las notas de las cornetas, el eco de los tambores. Y cierro los ojos. Y pienso.

Pienso en mi niñez, no excesivamente lejana, pero lejana. Pienso en las cuaresmas vividas, en las esperas soñadas. Hace viento…ya está la mente en las isobaras y las isobaras en el estomago. Era mucho más bonito cuando no existían los pronósticos, ¿verdad? Ahora es todo demasiado artificial. Todo está mecanizado, informatizado.

¡Vaya!, “Cristo del Amor”, qué simple y qué “aliviaita”. Sí, ésta la tocan para hacer embocadura, pero hay que ver cómo perdura lo bueno y hay que ver la alegría que le da a más de uno cuando la pican en la calle Hernando Colón…

Sigo tendiendo y continúan entrando en mi pensamiento las notas y el eco. Mi mente sigue su viaje de placer por el océano de mi vida. Ahora estoy subido en la “mesacamilla” y mi madre pincha alfileres en el morado de mi capa, mientras yo giro y ella me dice que no mire hacia abajo. El Miércoles de Ceniza era la frontera de los días grandes, y mi madre no quería dejar las cosas para última hora. El Miércoles que avisa de El Miércoles.

Me queda poca ropa ya, la justa para ver la papeleta de sitio pisada con el portarretratos de mi Cristo, el papel que certifica el pasaporte al Año Nuevo. Consumado todo, la papeleta dormirá en el sobre que va creciendo con el paso de la vida.

Ya he terminado de tender, pero el viento continúa trayendo el sonido de la espera.